No es pensar igual, sino juntos!
El matrimonio pone en íntimo contacto a dos personas más que ninguna otra posible relación humana. La relación entre padres e hijos es, sin duda, también muy próxima —la convivencia pone de relieve el carácter de las personas—, pero sin embargo hay una diferencia notable. El hijo, respecto a sus padres, está en un plano de dependencia e inferioridad, y por ello es muy fácil desestimar la opinión de hijo por parte de los padres, y viceversa. Además, se espera siempre de los hijos que vayan creciendo y se independicen.
La vida de unión en pareja nos aboca al más íntimo contacto posible en una relación humana. Lo que supone que no solo se tiene una relación de absoluta inmediatez, sino que tendremos que hacer frente a los defectos y pecados respectivos.
Al casarnos, nuestra pareja viene a ser como un enorme vehículo que impacta en nuestro corazón. La vida de casado saca a relucir lo peor de nosotros. No es responsable de nuestros fallos (aunque puede que echemos la culpa a nuestra pareja de todo aquello que nos salga mal), pero los pone de relieve. Aun así, no podemos decir que eso sea algo malo. ¿Cómo vamos a poder cambiar para mejorar si de entrada pensamos que ya somos perfectos?
El matrimonio tiene en sí el poder de la verdad, la fuerza necesaria para manifestar lo que realmente somos, defectos incluidos. Cuán maravilloso es entonces que tenga también el “poder del amor” —un poder sin igual que nos reafirma y que cura las heridas más profundas de la vida.